Entrando a media tarde por Sol desde Arenal me encontré allá a lo lejos, enfrente del edificio de la Comunidad de Madrid, antigua Dirección General de Seguridad, un apretado corrillo de gente congregado entorno a lo que bien parecía ser apriori uno de los muchos músicos callejeros, magos, bailarines de hip hop, charlatanes, cantamañanas, estatuas humanas, iluminados, predicadores, manifestantes de causas perdidas, vedettes callejeras o cualquier otro personaje de la variopinta fauna humana que suele abundar a esa hora de la tarde entorno a la plaza.
Para mi sorpresa descubrí que esta vez estaban reunidos, hecho insólito en los anales contemporáneos de la Villa y Corte, entorno a un pintor y su caballete: éste era ni más ni menos que Don Antonio López García.
Vestía el hombre pantalón corto, camisa de rayas, zapatos viejos con calcetines negros caídos, barba blanca de 4 días y una rancia y sudada gorra roja. Parecía un jubilado venido a menos por la pensión. Se le veía al hombre cansado, achicharrado y requetemado detrás de sus gafas setenteras de montura dorada. No en vano el mercurio a esa hora de la tarde marcaba sin compasión los nada despreciables 41 grados.
Iba armado de un caballete, paleta, pinceles, tubos de pintura al óleo, lápices, compases, tizas y toda clase de inventos caseros y útiles para corregir perspectivas y puntos de fuga entre ellos una plomada de albañil. Aunque he de señalar que en ese primer momento me pareció ajeno y abstraído del público congregado que, expectantes y armados con móviles de última generación, no paraban de inmortalizar el momento.
No era para menos, no todos los días se encuentra uno a Antonio López y más pintando uno de los iconos de Madrid: la Puerta del Sol.
Junto a él había un hombre de mediana edad vestido con sombrero de paja y camisa azul que le servía de guardaespaldas como si fuera una estrella de Rock. Ora advirtiendo a los transehúntes de que no obstaculizaran el punto de vista situado a la izquierda del caballete, ora conteniendo el empuje y la presión del público que se agolpaban a sus espaldas, ora quitando elementos que se antepusieran en la perspectiva del cuadro: papeles tirados en el suelo, mascotas sueltas, gente haciéndose un selfie o tortolitos que en su frenesí interrumpían la visión del lienzo.
Pero a Don Antonio, en su titánica labor de pintar en tan concurrido sitio y esta vez por culpa del Ayuntamiento, le iban apareciendo nuevas dificultades: ya fuera por el hecho de que un buen día se presentara de improviso la Policía Municipal reclamándole los papeles por pintar en vía pública; ya fuera por la aparición de la noche a la mañana de nuevo mobiliario urbano que se interponían en la panorámica del cuadro. Cosa que le fastidiaba de veras. En este caso y desde hace dos semanas un contenedor de botellas de vidrio disfrazado de Micky había aparecido una mañana como por arte de magia y provocando las dudas de Don Antonio de si incluirlo o no en la composición.
– Si es que hay que joderse – me decía el guardaespaldas a propósito del contenedor – luego a las dos semanas lo quitan y después de incluirlo lo tiene que borrar. Lo que le provocaría al menos 2 días de retraso.
Pero qué son dos días más en un cuadro que se inició hace ya 11 años y que el pintor interrumpió por la insoportable presión del público en la calle? Hay que recordar que sin ir más lejos el Retrato de la familia de Juan Carlos I, que Antonio López terminó en 2014 tardó dos décadas en terminarse.
Y luego uno se extraña de las astronómicos cifras que los cuadros del afamado pintor alcanzan en el mercado internacional. Porque terminar un cuadro trabajando en estas condiciones no tiene precio.
Señoras y señores con ustedes un momento histórico en el arte contemporáneo… Don Antonio López pintando en vivo su próximo cuadro: la Puerta del Sol.