Paseando y curioseando me encontraba yo el otro día por los anticuarios del barrio de Salamanca cuando me topé con una de aquellas raras tiendas especializadas en antigüedades chinas: Itálica.
En la pared, majestuoso, colgaba un cuadro acristalado de grandes proporciones que contenía un retrato chino antiguo de una anciana vestida con sus mejores galas, o al menos eso es lo que me parecía.
Tan hipnotizado me quedé viendo la serenidad de su rostro que la dependienta de la tienda, al ver que no me inmutaba, ya estaba echando mano de las sales de fruta del botiquín de emergencia en previsión de un percance mayor.
– Ancestros, son ancestros chinos, me indicó la guapa dependienta, pinchando la burbuja en la que estaba sumido.
Los chinos siempre se han interesado por el culto de sus antepasados que por otra parte es el culto a sus orígenes.
Qué voz tan melodiosa, que sapiencia, qué bien se explicaba!
– Estos retratos responden a códigos muy estrictos. Normalmente el ancestro está derecho y con la cabeza alta, visten atuendos de gala y sólo es la cara la que cambia de un retrato a otro siendo ésta siempre neutra.
Su alargado dedo iba y venía a lo largo y ancho del cuadro a modo de puntero.
– Están dibujados en tela o en papel y repiten siempre dos códigos de pintura: representar lo más fielmente al muerto y embellecer su figura serena.
Continuó disertando la dependienta que a estas alturas de su discurso ya me tenía hechizado.
En ésto, se hizo un poco de silencio y como quien no quiere la cosa, me pareció que acercándose a mi, acarició con su mano el cristal del cuadro a la par que su locución se hacía ahora más pausada y susurrante:
– Los cultos a los ancestros empezaron en China ya en el neolítico y eran una muestra de estatus social. Se hacían para que los difuntos siguieran teniendo la misma calidad de vida en el más allá, porque éstos seguían su vida con la capacidad de influenciar en la suerte o la desgracia de su antigua familia.
Llegado a este punto me quede atónito, sin palabras, los pelos como escarpias, embobado, con cara de cachopo empanado ante la elocuencia, sabiduría y buen hacer que aquella distinguida, guapa, seductora y entendida dependienta.
No sabía que hacer si fundirme en un abrazo a cámara lenta con ella o intentar comprar el cuadro con la calderilla que guardaba en el bolsillo.
Cuando súbitamente sonaron de su boca tres palabras que me dejaron sin sentido, noqueado; irremediablemente K.O.:
Señor, son 2.700 €.